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Pepito
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Pepito

Pepito

Aunque muchos de los restaurantes que de repente se ponen de moda –véase estilo Lázaro Rosa Violán– puedan parecer sólo lugares bonitos, para juzgar hay que probar y a eso me dediqué yo la semana pasada con Pepito, de quien llevaba oyendo hablar desde hacía varios meses. A primera vista, el interiorismo -que bien podría estar firmado por el omnipresente decorador ya que es obra de uno de sus discípulos- promete efectivamente que aquí se cuidan los detalles y que ha sido creado para gente guapa. Lo que está por ver es si ahí queda todo o si, por el contrario, hay de donde exprimir. El servicio se muestra rápido y atento desde el primer momento. Me presentan las sugerencias del día junto con la carta, del todo informal, sin complicaciones, pensada para compartir y no muy extensa. Lo cierto es que todo tiene buena pinta: platillos para pica pica, ensaladas, algún pescado, carnes gallegas y hamburguesas, huevos y, cómo no, los famosos pepitos (5 variedades). La escueta carta de vinos ofrece referencias nacionales (algunas por copas) y ninguna sorpresa. Me acomodo en mi butaca y disfruto tranquilamente de mi comida. Para picar, el festival de chips vegetales (plátano, patata, yuca y boniato) con guacamole y babaganouche (5,80€). Las chips muy buenas todas excepto las de yuca, un tanto insípidas y muy aceitosas. El babaganouche (berenjena ahumada) excelente, no tanto el guacamole, que peca de un exceso de cilantro y lima que no liga bien con el frito de las chips. Las dos, eso sí, un pelín frías de nevera, les falta un poco de reposo antes de servir. De segundo hago honor al nombre del restaurante y a su especialidad con el Pepito Puig con lechuga, tomate al horno, queso brie y mostaza de higos (13,10€). La carne es deliciosa, macerada previamente con un punto de pimienta y cocinada al horno al punto que el cliente desee. El sabor liga muy bien con los ingredientes que lo acompañan. El pan de coca crujiente, muy bueno. Muy recomendable y, además, fácil de comer con las manos. Para el postre me decanto por un clásico cheese cake (5€), muy gustoso pero escaso y un poco frío. La comida transcurre con buen ritmo y la espera justa entre plato y plato. Al terminar, contento de haberle dado una oportunidad a Pepito, me permito recrearme en el entorno, acogedor, con luz tenue, cómodas butacas y sofás… me doy cuenta de que, sin duda, el mejor momento para visitarlo es por la noche (sirven además cualquier tipo de cocktail que se te antoje, antes o después de la cena), así que pienso seriamente en volver en pareja o con amigos un fin de semana en plan informal y sin grandes pretensiones gastronómicas. El precio (en total pago 27€, sin vino) no me parece del todo exagerado teniendo en cuenta que estoy en un restaurante de moda y, guste o no, eso se paga independientemente de si la comida es buena o no. Calculo que una cena un poco más espléndida, con alguna buena carne, algún cocktail y vino, rondará los 40-45€.

Sense Pressa
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Sense Pressa

Sense Pressa

Aunque la fama de este pequeño restaurante no se ha extendido hasta el punto que se merece, lo cierto es que ya empieza a ser difícil reservar mesa –supongo que el hecho de que sólo disponga de 9 mesas también influye, claro–. El caso es que yo reservo de una semana a otra para dos personas a la hora de comer. Nada más entrar, me doy cuenta de que es realmente muy pequeño. Incluso así, entre paredes de ladrillo y botellas de vino a la vista, se respira un ambiente tranquilo y agradable. La mayoría de las mesas están ocupadas por ejecutivos. El servicio se muestra muy atento desde el primer momento. Echo un vistazo a la carta de vinos, un dossier que contiene información sobre todas las denominaciones. Muy correcta, ni muy breve ni muy extensa. La carta, esta vez sí, es más bien corta, pero la oferta se completa con algunos platos que nos canta el camarero. Para picar pedimos unas croquetas que resultan ser de las mejores croquetas de restaurante que he probado nunca, y unas alcachofas rellenas de foie, también muy buenas. Como primero –pese a que en la carta se encuentra en el apartado de segundos-, nos decidimos por los pies de cerdo ibérico a la plancha con aceite de trufa. Nos los sirven acompañados con patatas al horno, muy crujientes y gustosos. El otro primero acaba siendo un risotto de “ceps”, perfectamente presentado sobre una base de queso fundido. Espléndido en todo: al punto, nada pastoso y muy cremoso, como debe ser. Como segundo nos decantamos por el cuarto de cordero lechal asado para dos personas, a pesar de mi escepticismo –fruto de la experiencia en otros restaurantes donde lo sirven más bien seco aún siendo su especialidad. La sorpresa, sin embargo, es del todo grata, pues el plato resulta todo un acierto: la espalda, servida en una cazuela de barro, es tierna i crujiente a la vez, realmente buena. El punto y final lo ponen una tarta de manzana caliente y un soufflé de chocolate caliente, que nos sirven en una mini cazuela. Realmente es muy difícil encontrar puntos flacos. Quizás no se trate de una cocina muy innovadora, pero todo lo que hacen lo hacen muy bien. Los platos son muy completos y el producto, de gran calidad y cocinado al punto. Todo muy bien ejecutado, seguramente “sin prisa”. Acabamos pagando 50 euros por cabeza, cosa que, después de lo que hemos disfrutado, no me parece en absoluto caro. Volverán a verme, de hecho ya pienso en los platos que pediré la próxima vez. En definitiva, un lugar donde quedaremos bien ante cualquier compromiso. Buena reputación más que justificada. Ver restaurante

La Plassohla
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La Plassohla

Ohla Gastronomic Bar

Hacía tiempo que tenía ganas de ir al gastrobar de Xavier Franco, chef estrellado de uno de mis restaurantes favoritos en Barcelona, el Saüc -desde hace cosa de un año también situado en el fantástico Hotel Ohla, justo encima del espacio del que hoy quiero hablar. Ubicado en los bajos del hotel, en plena Via Laietana, el espacio es moderno pero cálido, muy acogedor, y a la hora de comer está inundado de luz natural. La larga barra de madera –desde donde se ve cómo trabajan los cocineros- preside el restaurante, en el que también se puede comer en sus cómodas mesas junto a la cristalera. El servicio, joven y dinámico, trabaja con rapidez y amabilidad y se muestra totalmente predispuesto a hacer de mi almuerzo por lo menos un rato de lo más agradable. Empiezo con las patatas bravas de la casa. Muy buenas, al punto pero a mi gusto –reconozco que quizás soy demasiado crítico con esta especialidad- les falta ‘bravura’. Las croquetas de pollo y bacalao excelentes, especialmente las últimas. Los hatillos de queso resultan un plato ideal para compartir y, con una base de cebolla caramelizada, me parecen muy bien resueltos. Los mejillones a la brasa con salsa marinera frescos, muy muy buenos. Sin duda, Franco apuesta por una cocina inteligente y efectiva. La ración de steak tartar con helado de mostaza dulce es muy pequeña, pero a su favor debo decir que incluso las tostaditas que lo acompañan valen la pena, se nota que detrás de su elaboración hay alguien que sabe de qué va esto de la cocina. Eso sí, no es del todo adecuado para aquellos a quien no les gusta el picante. A la hora de los postres, me decido por las torrijas de Santa Teresa con helado de vainilla. Tardan un poquito en servirlas pero la espera se justifica rápido: no las hacen fritas sino caramelizadas. La acertada variación consigue un resultado sublime. Mientras acabo mi ágape con un café, proceso toda la información. Algunos de los platos me han recordado grandes momentos en otros restaurantes. Las bravas al Bohèmic, los postres al Gresca… Sin llegar a aquel punto de gloria de esos momentos memorables, el Ohla llega muy alto. La relación calidad-precio es óptima. La cuenta sale a 38,40€ (vino incluido), aunque por 30€s se puede comer de maravilla e incluso hay un menú por 22€. Estoy seguro de que repetiré en este gastrobar en el que, doy fe de ello, se sirve alta gastronomía en pequeño formato. Ver restaurante