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Sense Pressa
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Sense Pressa

Sense Pressa

Aunque la fama de este pequeño restaurante no se ha extendido hasta el punto que se merece, lo cierto es que ya empieza a ser difícil reservar mesa –supongo que el hecho de que sólo disponga de 9 mesas también influye, claro–. El caso es que yo reservo de una semana a otra para dos personas a la hora de comer. Nada más entrar, me doy cuenta de que es realmente muy pequeño. Incluso así, entre paredes de ladrillo y botellas de vino a la vista, se respira un ambiente tranquilo y agradable. La mayoría de las mesas están ocupadas por ejecutivos. El servicio se muestra muy atento desde el primer momento. Echo un vistazo a la carta de vinos, un dossier que contiene información sobre todas las denominaciones. Muy correcta, ni muy breve ni muy extensa. La carta, esta vez sí, es más bien corta, pero la oferta se completa con algunos platos que nos canta el camarero. Para picar pedimos unas croquetas que resultan ser de las mejores croquetas de restaurante que he probado nunca, y unas alcachofas rellenas de foie, también muy buenas. Como primero –pese a que en la carta se encuentra en el apartado de segundos-, nos decidimos por los pies de cerdo ibérico a la plancha con aceite de trufa. Nos los sirven acompañados con patatas al horno, muy crujientes y gustosos. El otro primero acaba siendo un risotto de “ceps”, perfectamente presentado sobre una base de queso fundido. Espléndido en todo: al punto, nada pastoso y muy cremoso, como debe ser. Como segundo nos decantamos por el cuarto de cordero lechal asado para dos personas, a pesar de mi escepticismo –fruto de la experiencia en otros restaurantes donde lo sirven más bien seco aún siendo su especialidad. La sorpresa, sin embargo, es del todo grata, pues el plato resulta todo un acierto: la espalda, servida en una cazuela de barro, es tierna i crujiente a la vez, realmente buena. El punto y final lo ponen una tarta de manzana caliente y un soufflé de chocolate caliente, que nos sirven en una mini cazuela. Realmente es muy difícil encontrar puntos flacos. Quizás no se trate de una cocina muy innovadora, pero todo lo que hacen lo hacen muy bien. Los platos son muy completos y el producto, de gran calidad y cocinado al punto. Todo muy bien ejecutado, seguramente “sin prisa”. Acabamos pagando 50 euros por cabeza, cosa que, después de lo que hemos disfrutado, no me parece en absoluto caro. Volverán a verme, de hecho ya pienso en los platos que pediré la próxima vez. En definitiva, un lugar donde quedaremos bien ante cualquier compromiso. Buena reputación más que justificada. Ver restaurante

La Plassohla
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La Plassohla

Ohla Gastronomic Bar

Hacía tiempo que tenía ganas de ir al gastrobar de Xavier Franco, chef estrellado de uno de mis restaurantes favoritos en Barcelona, el Saüc -desde hace cosa de un año también situado en el fantástico Hotel Ohla, justo encima del espacio del que hoy quiero hablar. Ubicado en los bajos del hotel, en plena Via Laietana, el espacio es moderno pero cálido, muy acogedor, y a la hora de comer está inundado de luz natural. La larga barra de madera –desde donde se ve cómo trabajan los cocineros- preside el restaurante, en el que también se puede comer en sus cómodas mesas junto a la cristalera. El servicio, joven y dinámico, trabaja con rapidez y amabilidad y se muestra totalmente predispuesto a hacer de mi almuerzo por lo menos un rato de lo más agradable. Empiezo con las patatas bravas de la casa. Muy buenas, al punto pero a mi gusto –reconozco que quizás soy demasiado crítico con esta especialidad- les falta ‘bravura’. Las croquetas de pollo y bacalao excelentes, especialmente las últimas. Los hatillos de queso resultan un plato ideal para compartir y, con una base de cebolla caramelizada, me parecen muy bien resueltos. Los mejillones a la brasa con salsa marinera frescos, muy muy buenos. Sin duda, Franco apuesta por una cocina inteligente y efectiva. La ración de steak tartar con helado de mostaza dulce es muy pequeña, pero a su favor debo decir que incluso las tostaditas que lo acompañan valen la pena, se nota que detrás de su elaboración hay alguien que sabe de qué va esto de la cocina. Eso sí, no es del todo adecuado para aquellos a quien no les gusta el picante. A la hora de los postres, me decido por las torrijas de Santa Teresa con helado de vainilla. Tardan un poquito en servirlas pero la espera se justifica rápido: no las hacen fritas sino caramelizadas. La acertada variación consigue un resultado sublime. Mientras acabo mi ágape con un café, proceso toda la información. Algunos de los platos me han recordado grandes momentos en otros restaurantes. Las bravas al Bohèmic, los postres al Gresca… Sin llegar a aquel punto de gloria de esos momentos memorables, el Ohla llega muy alto. La relación calidad-precio es óptima. La cuenta sale a 38,40€ (vino incluido), aunque por 30€s se puede comer de maravilla e incluso hay un menú por 22€. Estoy seguro de que repetiré en este gastrobar en el que, doy fe de ello, se sirve alta gastronomía en pequeño formato. Ver restaurante

Casa de Tapes Cañota
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Casa de Tapes Cañota

Casa de Tapes Cañota

Saber de antemano que son los hermanos Iglesias del mítico Rías de Galicia (también asociados con Ferran Adrià en Tickets) quienes están detrás del restaurante pone las expectativas muy altas en mi primera visita a Casa de Tapes Cañota. Lo primero que me sorprende al entrar en el local es su puesta en escena. Si no supiera que lo que había sido la brasería contigua al Rías fue renovada a finales del 2011 para convertirse en la versión ‘low cost’ (que no ‘low quality’) de su hermano mayor, no podría decir si se trata de un restaurante nuevo o si por el contrario carga a su espalda muchos años de historia. Aunque todo parece nuevo, lo cierto es que recuerda a los restaurantes de antes. Es un sitio auténtico y desenfadado en el que la palabra clave es ‘casa’, pues te sientes muy a gusto, como en casa, valga la redundancia. Desde el momento en que te traen la carta –el servicio es alegre, atento, cercano y rápido- se nota que lo que quieren es que te lo pases bien. Se respira cierto aire de cachondeo que no debe inducir a errores: ir de tapas es ir a pasarlo bien pero no significa comer mal. Nada más lejos de la realidad, aquí se come bien y de verdad. La ambientación me recuerda al show del Tickets pero a otra escala, claro. Hay un cortador de jamón en medio del espacio y una casita de helados, y curiosos dibujos decoran el interior y las dos terrazas. Si tengo que encontrar un ‘pero’ al ambiente diría que es un poco ruidoso. Pasando ya a lo que verdaderamente nos importa, la carta es extensa pero sin pasarse. Veo carnes, arroces, pero sobre todo tapas, cómo no las grandes estrellas del lugar. Después de hacer mi elección –con la que intento hacerme una idea general-, me traen dos rebanadas de pan de payés tostado con tomate de colgar (ojo que lo cobran 1,50€), y la copa de vino blanco (3€) y botella de agua que he pedido. Aquí la caña cuesta sólo 1€, un chollo para los cerveceros (no es mi caso). La croqueta de jamón ibérico (1,20€) es realmente cremosa y para nada se parece a la croqueta del típico bar de tapas. Pero cuando verdaderamente me empiezo a dar cuenta de las intenciones del restaurante es con las patatas bravas a la gallega (4,20€), no fritas sino cocidas y al horno y con una espectacular salsa de Albert Adrià y un alioli muy ligero, ideales para compartir (aunque no es mi caso, no me arrepiento). Culmino mi ágape con un sublime arroz caldoso con nécora (14,80€) bien merecedor de mis alabanzas. Suculento, gustoso y muy generoso. De esos platos que al verlos piensas ‘esto no me lo acabo’ pero que sin darte cuenta ya no queda ni un grano de arroz. Eso sí, no me queda apetito para el postre… Pido la cuenta (menos de 30€) y me invitan a un Gilimonger, un licor casero de fruta de la pasión que pasa muy bien. Me quedo con ganas de probar las gambas, las anchoas de Lolín, los mejillones al vapor con vino blanco, la cajita de fritos y la burgerbull (hamburguesa de rabo de toro con rúcula, queso havarty y mayonesa en su jugo). Lo dejo para cuando vuelva acompañado, que seguro será pronto (no sé si en pareja, con amigos o con la familia, no importa porque el lugar es perfecto para todas las ocasiones). Me marcho muy satisfecho de la experiencia, creo que el restaurante es una visita obligada para todo el mundo (además es perfectamente apto para todos los bolsillos), pero en especial para aquellos que creen que comer bien y pasárselo bien tienen mucho que ver. Mis más sinceras felicitaciones. Esto sí es hacer bien las cosas. Ver restaurante